Atravesar por una crisis vital puede llegar a ser un proceso largo y duro. Y es normal que, a lo largo de la travesía, sintamos miedo.

Se trata de un miedo que nos transporta al punto de vulnerabilidad que nos provoca el saber que aquello que nos ha ayudado a funcionar ahora no nos sirve, pero todavía no sabemos cuál es lo nuevo a lo que podemos agarrarnos.

A veces, a la mayoría de hombres que están pasando por una crisis vital y han iniciado un proceso de acompañamiento, ya sea con un Coach o un Terapeuta, lo que les genera más sufrimiento no es la propia crisis en sí.

Aquello que de verdad les abruma, más allá de la crisis vital, es tener que afrontar un miedo muy doloroso y muy profundo, del que se deriva el propio proceso de dificultad y vacío existencial.

Así es, en una sociedad que funciona a un ritmo frenético y en el que los varones, por tradición y cultura, hemos ostentado desde siglos el rol de proveedores de nuestras familias, el hecho de dejar un trabajo o pedir una excedencia para tomarnos un tiempo para parar, cuidarnos, escucharnos y reflexionar para plantearnos un cambio de vida no es algo muy común y, por lo tanto, genera incomodidad y cierto desequilibrio emocional.

En este período en el que los varones tomamos la decisión de frenar el ritmo de trabajo y la rueda diaria, algo que genera mucho pánico a aquellos hombres a los cuales les pesa mucho el rol de proveedores, es el hecho de estar un tiempo sin hacer nada.

Lo que, para muchas personas, tanto hombres como mujeres, un tiempo sin hacer nada puede suponer un gran regalo y una gran oportunidad para descansar, cargar las pilas y reinventarse, para otras, especialmente para los varones, este período puede ser vivido como un período de mucha culpa y vergüenza, porque los conecta con su indignidad.

SOLO SOY HOMBRE Y DIGNO SI TRAIGO UN SUELDO A CASA

Bajo el juicio machista y patriarcal de que nuestra hombría solo es digna y admirada si es ejercida desde el macho todo poderoso y proveedor, muchos hombres, en su proceso de crisis vital, no se permiten el espacio ni el tiempo para explorar y descubrirse, para tomar un contacto sincero y emocional con ellos mismos.

Porque hacerlo les duele. Les duele el juicio o posible reproche de la pareja, de los familiares más cercanos o el “qué dirán” del entorno social.

Y ese dolor tiene el origen en nuestra infancia, en la que quizás solo fuimos reconocidos por nuestros logros y en la que posiblemente tuvimos que convivir con un padre ausente que se pasaba el día trabajando y con el que aprendimos que la hombría solo se media por el nivel de esfuerzo y horas de trabajo realizadas.

Con amor y gratitud,

Pere

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